El pensamiento del padre del existencialismo, Kierkegaard, se enmarca en una de las épocas más turbulentas de la historia: el siglo XIX. Luego de haber muerto el coloso G. W. F. Hegel, su filosofía estuvo abocada a derrumbarse, sus pretensiones eran demasiado altas. Es así como aparecieron los tres principales destructores del edificio hegeliano: Marx, Nietzsche y Kierkegaard. La revolución del proletariado aparece de la mano de Marx; la del individuo, de Nietzsche y Kierkegaard. Estos dos últimos van a ser como hermanos gemelos, pero a la vez enemigos mortales. Los dos van a exaltar al individuo frente a las ideas abstractas: el primero lo hará afirmando al hombre, pero negando a Dios, y el segundo afirmando al hombre por medio de Jesucristo.
Søren Kierkegaard afirma en su Diario que tuvo “la intuición de haber visto una vez, en haber oído una vez algo tan incomparablemente grande, que a su lado todo el resto parecía nada, algo que jamás se olvida, aun dado el caso de que se olvide todo el resto”. Esto, a lo que se refiere Søren, es la fe en Dios, vivir según un cristiano auténtico.
La clave de su vida religiosa -como afirma Etienne Gilson- es su repugnancia a pensar que él mereciese el título de cristiano, no porque el cristianismo no fuese lo bastante bueno para él, sino, por el contrario, porque ser verdaderamente cristiano le parecía tan difícil y tan noble empresa que él nunca se hubiese jactado de haberlo conseguido. A los 27 años se compromete con Regina Olsen, pero luego de unos meses decide romper el compromiso. Estaba seguro de la misión que tenía que cumplir y veía el matrimonio como un obstáculo para esa tarea. “El Tenedor de Copenhague”, como se le suele llamar, tenía claro su misión; estaba seguro de que las cosas no iban tan bien como se pensaba, el cristianismo tal como se presentaba en su época no era en realidad un cristianismo auténtico (estaba cargada de un racionalismo hegeliano). Por eso, su principal preocupación era el cómo llegar a ser un auténtico cristiano. Sabía que lo importante no era conocer el cristianismo, sino ser cristiano.
Se da cuenta que la sociedad de su tiempo estaba corrompida, vivían en la inmediatez, en la búsqueda del instante placentero y pegados a las cosas materiales, no se comprometen con nada ni con nadie. Es la vida del hombre estético. Frente a este tipo de vida, plantea que el hombre es capaz de optar por una vida ética auténtica en la que se es capaz de obrar responsablemente y con un bien que el esteta carece: la libertad. Pero no es esta la etapa culminante de la vida, pues cuando el hombre ético tiene que afrontar el problema del pecado, surge en el alma “un temblor de tierra” que le lleva al arrepentimiento. Ante el pecado, el hombre siente angustia y busca quedarse con Dios. En esta etapa -llamada estado religioso- el hombre llega a la interiorización máxima que es el amor. Solo si se entiende que Dios es amor, se puede comprender todo lo demás.
Estaba seguro que aquello que dice San Mateo en su Evangelio no es ninguna broma: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Esta tarea la emprende sólo y la realiza como escritor (dedica horas a la escritura y a la meditación del evangelio). De esta manera “busca mantener despiertos los espíritus, aguijonear las conciencias, desmontar el “orden establecido”, dinamitar seguridades, resquebrajar el Sistema de Hegel.
Para esto Kierkegaard utiliza una táctica muy singular: los pseudónimos. Esto no lo realiza con intención de esconder su nombre, pues todo el mundo sabía quién era el autor de los pseudónimos, sino que, a la vez que él era el autor de las obras, se distanciaba de ellas. Kierkegaard no se identifica con los pseudónimos, no es su pensamiento el que se expresa en cada uno de los pseudónimos, para encontrar su pensamiento hay que hacer una segunda reflexión, hay que buscar en las obras pseudónimas qué es lo quería decir en su conjunto.
Se consideraba un escritor religioso -aunque en realidad lo que hacía era filosofía- por evitar todo timo de relación con la filosofía hegeliana y, aunque con un carácter mas bien débil y de apariencia enfermiza, inclinado a la melancolía, mediante su labor como escritor, se hizo famoso por su impertinencia. Kierkegaard sabía la fuerza y la influencia que tenían y que iban a tener sus obras, por eso escribe en su Diario en 1849 sobre una de sus obras: “Cuando yo haya muerto bastará mi libro Temor y Temblor para convertirme en un escritor inmortal . Se leerá, se traducirá a otras lenguas, y el espantoso pathos que contiene esta obra hará temblar. Pero en al época en que fue escrita, cuando su autor se desconocía tras la apariencia de un flâneur, presentándose como la más perfecta encarnación de la conjunción de entre extravagancia, sutileza y frivolidad… nadie podía sospechar la seriedad que encerraba este libro. ¡Qué estúpidos! (…) Pero una vez muerto se me convertirá en una figura irreal, una figura sombría, y el libro resultará pavoroso”
Tenía claro que lo más importante en el hombre era la persona humana y que el panlogismo de G. W. F. Hegel es incapaz de captar la intimidad personal. No se puede conocer el propio sujeto formando ideas de él porque el sujeto pensado no es el sujeto, la idea que nos formaríamos de la intimidad, no es la intimidad, es la intimidad pensada. Incluso, en su preocupación por huir de todo racionalismo hegeliano, recurre a un lenguaje literario en sus obras y usa términos nada apropiados para hablar de filosofía como algo, cosas, gente, alguien, etcétera.
Referencias Bibliográficas.
Backhouse S. (2016). Kierkegaard: A Single Life
Kierkegaard S. (1843). Temor y temblor
Merchán S. (2000). Temor y temblor, estudio preliminar, traducción y notas.